El 4 de junio de 2014 la vida de Luciana Pelozo cambió por completo cuando quedó en medio de un hecho de inseguridad en el partido bonaerense de Lanús. Ella salía del jardín de infantes, acompañada por dos de sus hermanos, cuando un disparo efectuado por un delincuente que intentaba robarle el auto a un remisero le impactó en la cabeza.
La bala que atravesó su cráneo le dejó secuelas devastadoras. Ingresó por la nuca, rebotó en la frente y regresó para quedar alojada en la parte trasera del cráneo. Solo tiene orificio de entrada: los médicos le dijeron a sus padres que si escarbaban para sacarla, la traían en silla de ruedas. Tras permanecer internada durante tres meses y ser sometida a tres complejas cirugías, la menor quedó con una lesión cerebral llamada hemiparesia, que se caracteriza por la debilidad o falta de control muscular de su brazo y pierna derecha.
A 10 años del hecho, cada paso que da Luciana es un verdadero desafío. Aprendió a escribir con la mano izquierda y a desenvolverse con la prudencia que imponen sus limitaciones. Hoy, convive con una placa de titanio que le colocaron para cerrar el cráneo y una válvula para drenar el líquido cefalorraquídeo, y sigue peleando con la misma determinación que mostró desde el primer día.
En diciembre de 2024, Luciana fue sometida a una cirugía conocida como artrodesis de muñeca en el Sanatorio Güemes. El objetivo principal de esta intervención fue corregir la posición de su brazo derecho, que comenzaba a doblarse hacia su pecho debido a las secuelas del daño cerebral.
"Le colocaron tornillos de titanio para fijar la muñeca en una posición extendida, evitando que se doblara hacia adentro de manera antinatural", detalló su padre, Federico Pelozo, a Infobae. A la chica le hicieron una incisión de ocho centímetros para cortar un nervio y relajar los músculos del brazo.
Aunque los médicos dejaron en claro que la cirugía no mejoraría la movilidad del brazo ni de la mano, remarcaron que con la intervención se logró un cambio estético importante. "Esto fue para que no ande con el brazo pegado al pecho y con la muñeca torcida", explicó Federico, quien además detalló sobre los tratamientos que vino haciendo para mejorar su calidad de vida.
"Cuando ella tenía siete años, ya habíamos probado de todo", recordó. "Nos hablaron de un doctor en La Plata, y aunque no estaba avalado por la medicina tradicional, sentimos que no teníamos nada que perder", agregó.
"El doctor nos explicó que esto no le devolvería la movilidad del lado derecho, pero que podría mejorar otras cosas, como el parpadeo, la lengua trabada y, sobre todo, su ánimo. Nos lo dijo claro: ‘No esperen milagros, pero sí pequeños avances’. Nos aferramos a eso y estamos muy conformes con los avances logrados", admitió.
El segundo implante llegó dos años después, cuando la familia ya conocía el proceso. "Ya sabíamos cómo era, pero no por eso fue menos duro. Ahí nos dijeron que a los 16 años sería el próximo, porque es el momento en que su cuerpo ya estaría más desarrollado", señaló.
Los resultados fueron agridulces. "Luciana mejoró en cosas que parecen chiquitas, pero para nosotros eran gigantes -comentó el padre-. El gesto del habla, el parpadeo... cosas que nadie valora hasta que las pierde. Ella empezó a sonreír más, a estar menos frustrada. Pero el brazo y la pierna no mostraron cambios. Y eso nos dolió, aunque ya lo sabíamos".
Con tan solo 15 años, Luciana hoy toma tres medicamentos por día y tiene una rutina que gira en torno a sus terapias, esenciales para mantener su calidad de vida y prevenir el deterioro físico. "Concurre a un centro de rehabilitación para ejercitar su brazo inmovilizado, estimular los músculos y evitar deformaciones", contó su papá.
"También hace fisioterapia, que busca mejorar su marcha y prevenir complicaciones futuras, ya que Luciana camina con dificultad, levantando la cadera para poder mover su pierna derecha", remarcó. "Los médicos nos advierten que ese movimiento le puede traer problemas de cadera con los años, pero por ahora, es la única manera de que pueda caminar", admitió.
Luciana junto a su papá Federico, que se encarga de llevarla y traerla de todos lados en auto debido a sus problemas de movilidad por el daño neuronal que le causó la bala.
A medida que Luciana fue creciendo, su familia tuvo que acompañarla a enfrentar los desafíos emocionales y psicológicos derivados de su condición. "Ella está entendiendo más sobre lo que pasó y eso le pesa", dijo su papá al hacer referencia a la psicóloga que la ayuda a procesar sus emociones, especialmente la frustración que surge al enfrentarse con sus limitaciones.
Aunque los médicos también le recomendaron hidroterapia para mejorar su movilidad y fortalecer su cuerpo, la familia no puede costear una pileta terapéutica. "Sale más de 100 mil pesos al mes, y es imposible para nosotros", dijo su padre, que se desempeña como empleado municipal en Lanús tras perder su trabajo como colectivero por las reiteradas licencias que tuvo que tomarse para cuidar a su hija.
Actualmente, el entorno escolar también es parte de su rehabilitación. La adolescente sigue asistiendo al mismo colegio, donde se mantiene activa socialmente gracias a su grupo de amigos, compañeros y profesores que la integran en actividades adaptadas para ella, reforzando su autoestima y su sentido de pertenencia.
"Tiene un grupo de amigos de fierro. Son cinco y no hace falta más", se enorgulleció Federico. "Son chicos que estuvieron con ella desde el jardín de infantes, y después del accidente nunca la dejaron sola. Al contrario, se hicieron más presentes", agregó.
El vínculo de Luciana con sus tres hermanos también es clave para encarar su día a día. "Tienen una relación muy cercana. La acompañan y apoyan en todo lo que necesita. Somos una familia muy unida, y eso nos hace más fuertes", dijo Federico en alusión de su mujer, Estela; y sus hijos Nahuel, de 24 años (que ya formó su propia familia y convirtió a Luciana en tía el año pasado); Lourdes, de 18 años; y Nerea, de 12.
A pesar de los obstáculos que tuvieron que superar en la última década, Federico es consciente de que aún restan muchos más desafíos por delante. "Nosotros aprendimos a no mirar lo que falta, sino lo que tenemos. Luciana está con nosotros, camina, ríe, tiene amigos que la quieren, y eso ya es una bendición", enfatizó con convicción.
Para él, los pequeños logros son grandes victorias. "Cuando la vemos avanzar, aunque sea un paso mínimo, eso nos da fuerza para seguir. Luciana es una guerrera, y nosotros vamos a estar ahí con ella, siempre", concluyó.
Fuente: infobae.com