Cada día se desperdician más de 1000 millones de platos de comida en el mundo. Mientras millones pasan hambre, toneladas de comida terminan en la basura.
El desperdicio de alimentos es una de las paradojas más alarmantes de nuestra era. Mientras millones de personas padecen hambre, toneladas de comida son desechadas a diario, dejando en evidencia una crisis que no solo afecta a quienes sufren inseguridad alimentaria, sino también a la economía global y al medioambiente. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el 13% de los alimentos producidos a nivel mundial se pierden antes de llegar a los comercios, mientras que un 19% se desperdicia en los hogares y el sector gastronómico. No se trata solo de comida que desaparece de los estantes, sino de recursos naturales desaprovechados y emisiones de gases de efecto invernadero que aceleran el cambio climático. Argentina, un país con la capacidad de alimentar a 400 millones de personas, enfrenta una contradicción dolorosa: mientras produce alimentos en abundancia, no logra optimizar su distribución y consumo. "Tenemos una enorme capacidad productiva, pero aún no hemos encontrado la forma eficiente de aprovechar los alimentos", señala Rubén Olmedo, investigador del CONICET. El problema también se refleja en las ciudades. En Buenos Aires, cada persona descarta un promedio de 2,9 kilos de comida al año . "Mucho de este desperdicio ocurre por falta de planificación y desconocimiento sobre la conservación de los alimentos", explica Ariel Vicente, especialista en consumo alimentario. Factores como compras impulsivas, almacenamiento inadecuado y porciones excesivas agravan la situación. Cecilia Alessandri, nutricionista del Grupo L, advierte que pequeños cambios en los hábitos de consumo podrían reducir drásticamente el desperdicio. "Planificar las compras, conservar bien los alimentos y aprovechar las sobras en nuevas preparaciones son estrategias claves", señala. Acciones simples, como almacenar verduras correctamente o cocinar porciones adecuadas, pueden marcar la diferencia. Evitar el despilfarro no requiere esfuerzos titánicos, sino conciencia y compromiso. "Si cada hogar reduce su desperdicio, el impacto global será inmenso", concluye Alessandri. La solución está al alcance de todos: se trata de transformar hábitos cotidianos en un acto de responsabilidad colectiva.
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